Paula Gil Garcia
5 min readNov 22, 2023

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Homo IA

Homo sapiens, según DALL-E

Estas líneas han sido escritas por una persona real de carne y hueso y no por un chatbot, pero usted no tiene forma de saberlo. Va a tener que confiar en mí. No puedo demostrarlo, pero sí, soy una humana que escribe de vez en cuando, aunque últimamente tenga la sensación de ser mas neandertal que Homo sapiens.

No lo digo porque me sienta obsoleta, aunque seguro que mis hijas adolescentes opinan otra cosa. Pese a mi escaso uso de redes sociales y mi aversión a los reels, creo que siempre he estado al día de las novedades tecnológicas y he celebrado cada avance como algo positivo para la humanidad. Los teléfonos inteligentes nos hicieron la vida más fácil. Las redes sociales nos han permitido colaborar y conectar a un nivel inimaginable hace un par de décadas. Soy tecno-optimista y siempre he creído que la solución a los grandes problemas de nuestro tiempo está en más y mejor tecnología, no en menos. Hasta que la inteligencia artificial llegó a nuestra vida cotidiana, y yo empecé a sentirme como una neandertal a la que el sapiens ha echado de su cueva.

Hay quien tiene ecoansiedad, pero yo tengo IAnsiedad, término acuñado por Delia Rodríguez, de La Vanguardia, que define perfectamente lo que siento. La inteligencia artificial era una herramienta para gente dedicada a la física cuántica o la ingeniería espacial, no estaba previsto que se colara en estudios o editoriales y acabase haciendo el trabajo de guionistas, escritores y artistas gráficos, aunque puede que siempre fuese obvio y nosotros no lo viésemos venir. Mucha gente me dice que exagero, que, aunque se perderán millones de empleos, la IA hará que aparezcan otros muchos como sucedió con la llegada de internet, pero a mí me cuesta imaginar esos trabajos que aún no existen. Para empeorar las cosas, tengo al enemigo en casa. Mi marido ha programado un chatbot especializado en mi novela “Cuarenta mil años sin ti”, una distopía sobre la clonación neandertales (¡ja!) para su uso como esclavos. El chatbot analiza el texto, inventa tramas paralelas y hasta ha escrito un breve guion para adaptar el libro al cine. Mi marido quiere que le deje usar también la segunda parte, “Cero coma tres”, y pedirle al chatbot que escriba una tercera, pero yo me he negado. No pienso alimentar al monstruo.

¿Sustituirá la IA a los escritores?, pregunto a ChatGPT. Me contesta que es una cuestión compleja y se va un poco por las ramas, pero acaba diciendo que “la creatividad, la originalidad, el contexto cultural y la ética humana son aspectos que los escritores aportan y que la IA encuentra difícil de igualar”. ¿Aniquilará la IA a los humanos?, pregunto después, y me asegura que se trata de una idea “altamente especulativa” que “no refleja la realidad actual de la investigación”. Sospecho que el chatbot se calla información para no alterarme. Eso, o que estoy usando la versión 3.5 porque GPT-4 es de pago. Dudo si formular la siguiente pregunta por si acaso estoy sembrando ideas peligrosas, pero al final lo suelto. ¿Se impondrá la inteligencia artificial a los humanos como los sapiens se impusieron a los neandertales? El chatbot se lo piensa medio segundo y me asegura que eso es “del ámbito de la ciencia ficción”. “El impacto social de la IA dependerá de las decisiones que tomemos en términos de desarrollo, implementación y regulación”. “Decisiones que tomemos”, dice. Primera persona del plural. La máquina se incluye en la toma de decisiones sobre sí misma, y yo siento un escalofrío.

No está en absoluto demostrado que los sapiens fuésemos responsables de la desaparición de los neandertales, pero es una teoría posible. Nuestras capacidades cognitivas y sociales eran simplemente superiores y acabamos imponiéndonos. Donde ambas especies competían por sobrevivir, ganamos nosotros. Yuval Noah Harari habla de ello en “Sapiens”. Mi tesis favorita es la “teoría del cotilleo”: nuestra superior capacidad comunicativa frente a otras especies nos permitió chismorrear sobre los demás y eso nos acabó proporcionando una ventaja fundamental. Los sapiens intercambiaban información sobre un gran número de personas, sabían en quién podían confiar y en quién no, cuál era el cazador más hábil y cuál era mejor que se quedase en la cueva. Mientras los neandertales solo eran capaces de contar “ahí hay un mamut” a los otros seis miembros de su familia, los grupos de sapiens se organizaban estratégicamente incluso con cazadores de otros clanes con los que nunca habían hablado pero sobre los que ya tenían abundante información. Adivinen quién acababa cazando el mamut.

La inteligencia artificial es una nueva especie que ya compite con nosotros. Hasta ahora éramos los amos del lenguaje, nadie nos superaba en habilidades comunicativas, pero esto puede cambiar rápido. Quién nos hubiera dicho hace solo unos meses que un chatbot podría escribir novelas o canciones de The Beatles. Me pregunto cómo se impondrá a los sapiens, si es que finalmente lo consigue. Si acabará llevándonos a la extinción, aunque sea involuntariamente. A fin de cuentas, es muy probable que los sapiens no quisieran acabar con los neandertales; sencillamente, ocurrió. A lo mejor la ventaja acaba estando en la racionalidad absoluta de la máquina, su capacidad para comunicar sin dejarse llevar por emociones o prejuicios como un humano. Puede que sí sea intencionado, que la IA nos confunda con información falsa hasta el punto en el que ya no sepamos en quién confiar, como los pobres neandertales que solo se fiaban de quién conocían en persona. O es posible que no ocurra nada de esto, sino algo diferente, totalmente inesperado. Como esos trabajos que tanto me cuesta imaginar porque aún no existen pero a los que podré dedicarme sin problema cuando un chatbot escriba mejor que yo.

Leo una frase del director de cine Gareth Edwards que me llama la atención. “Si algo es más inteligente que nosotros, será mejor que nosotros. Muchas de las cosas malas que ocurren se deben a la estupidez, no a la inteligencia”. Quiero creerle porque, a fin de cuentas, yo también soy tecno-optimista. Igual es bueno que exista otra especie más inteligente que los sapiens; es posible que el resto de las especies –especialmente las casi seiscientas desaparecidas a causa del ser humano tan solo en el siglo XXI– aplauda esta idea. O, quizá, podríamos fusionarnos. Con los neandertales se intentó, pero ni en esto tuvieron éxito los pobres homínidos. Nos apareamos con ellos durante decenas de miles de años, pero en nuestro ADN queda solo un miserable resto neandertal de entre el uno y el dos por ciento.

Igual esta vez lo conseguimos, IA y sapiens unificados en una nueva especie que tome lo mejor de cada casa. Podría ser a través de implantes cerebrales, se me ocurre, tecnologías que potencien nuestra inteligencia hasta el infinito mientras dotan a la IA de sentimientos humanos. Si es que las máquinas quieren. A ChatGPT, por el momento, la idea le deja un poco frío. ¿Te apetece fusionarte con un humano?, le propongo, pero me contesta que no tiene deseos, ni de apareamiento ni de ninguna clase, y a mí, no puedo evitarlo, me da un poco de pena.

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